Friday, November 29, 2013

Jamás lo Sabrás Todo


Miércoles en la mañana. Nada más cotidiano. Un amanecer soleado en mitad del campo, mitad de semana, mitad de la vida. Levantarse, preparar a los niños para el colegio, cumplir con las múltiples actividades que una casa y una familia demandan.

Paula es la imagen de la vida buena. Un hogar, dos hijos, un marido y muchas historias repetidas cientos de veces: sus viajes, sus aventuras, las coincidencias que los hicieron juntarse y el amor que se refleja en los ojos de su familia y amigos. Le parece que las hojas de los geranios están deprimidas y sale con un jarro de agua fría. Riega las macetas del alféizar de la cocina y sonríe mientras el agua brilla sobre las hojas de verde intenso. Su sonrisa se va transformando en una mueca entre satisfacción superficial y decepción profunda al recorrer nuevamente el sendero de una decisión tomada.

Entre suspiros y escanceles violetas, su mente sigue perdiéndose como lo hace alguien con demasiado en su cabeza. Regresa a la cocina por una tijera para podar la terquedad de las matas de moras y mientras camina, añora con nostalgia a la primera amante de su marido. Si no hubiera pasado tanto tiempo, hubiera hecho la llamada de larga distancia para pedirle su debida contribución a la paz familiar. Recuerda su larguísimo pelo rubio arreglado en un peinado tan ingenuo como su mirada de ojos oscuros. Profesional, extranjera, juega golf desde niña, de moral un tanto distraída, pero discreta. Nadie está en posición de tirar la primera piedra.

Antes de encontrar las tijeras, Paula se recuerda a sí misma que debe hacer varias llamadas ese día, mejor si termina con eso antes de las tres. Luego las ocupaciones, las empleadas, los niños serán demasiada distracción para menesteres tan oscuros.

Sus manos presionan los números casi de memoria. Nunca había sido más cierta la frase “al mal paso darle prisa”, aunque este momento ha sido repetido más de diez veces. Diez ocasiones en las que ha colgado el teléfono al oír la voz masculina y aunque ya ha decidido, aún no ha terminado de hacer. Hasta entonces, hasta que encontró la nota.

Salir con niños pequeños fue para Paula un reto a su afán de organización y rapidez que fue superado de a poco. Al inicio siempre se olvidaba de algo, si no era un abrigo, era la comida o el agua que generalmente reclaman los niños tan pronto se han terminado de acomodar en el auto. En una de esas mañanas apuradas en la que el objeto olvidado fue un bloqueador solar, Paula subió apresuradamente las gradas hacia su cuarto de baño. Buscó en los estantes, en los cajones, salió al clóset, revisó en sus carteras y no lo encontró. Regresó al baño y se fijó en la bolsa negra de viaje. Su esposo había regresado el día anterior y todas sus cosas estaban aun junto al lavabo. Era el último lugar para buscar antes de decidirse a comprar una nueva crema en el camino. Abrió el cierre y sonrió al ver el envase anaranjado al fondo. Metió la mano y se sorprendió al encontrar gran cantidad de arena, ya que la última vez que fueron a la playa había sido hacía más de 4 meses y el bolso aún olía a regalo nuevo de navidad. Paula sintió un escalofrío por su espalda y su mente obsesiva empezó a atar cabos. El celular inaccesible, las facturas resguardadas, el interés en bajar de peso. Paula regresó abruptamente a la realidad cuando oyó los pitazos del auto y frenéticamente limpió el recipiente mientras bajaba.

Una voz interrumpió sus pensamientos y Paula se sintió aliviada por la distracción. El cerrajero había llegado un poco más temprano de lo previsto. Bajó las gradas y se dirigió a la puerta principal con las nuevas cerraduras en una caja. Habló con el sencillo hombre, trabajador de confianza de la casa, que lo mismo sabe podar duraznos como construir una caseta de máquinas. Le explicó con innecesario convencimiento que la cerradura de la cocina no estaba funcionando bien y que en vista de que cambiarían esa, quería cambiar todas al mismo estilo. Una buena explicación, pensó. Le pidió que dejara las nuevas llaves colgadas para probarlas. Lamentando una distracción tan corta, regresó al estudio y al teléfono.

Años atrás había averiguado de la misma manera que su esposo era amante de la extranjera. Igual que en esta ocasión, más de una pista dejó rastro, los viajes frecuentes, los comentarios, los recibos de farmacias. Lo dilucidó mientras estaban programando su segundo embarazo. Una vez repuesta de la dolorosa impresión y mientras superaba los estragos del primer trimestre, pensó en su situación de una manera práctica. Su marido se portaba especialmente atento, le traía hermosos regalos  y sobre todo, parecía comprender lo demandante que es manejar la familia y la casa, como para exigir mayores satisfacciones de las que ya estaban instituidas. No había razón para remover la tierra de la maceta, las dos relaciones funcionaban de maravilla. Paula la conocía y sabía que no se trataba de dinero. Tampoco se trataba de mejorar su posición ni de compartir un futuro romántico, así que terminó acostumbrándose a mirar a su marido con  falta de ilusión. En medio de todo, él parecía ser feliz con los viajes de negocios, restaurantes, reuniones, conciertos sinfónicos en el extranjero. Más de una vez pensó que si él la dejaba por ir a otra ciudad, “la más bonita del mundo sólo por ser la suya”, -como leyó a escondidas- no podía ser tan malo; sus hijos tendrían un buen ambiente que conocer. Pero Paula había evaluado su situación y sabía que esa relación era pasajera y superficial, lo cual la alegraba y la inquietaba a la vez. Una persona como ella no podría sostener la clandestinidad por mucho tiempo y un mensaje posterior lleno de sinrazones morales dio por terminada la relación, cayendo como un baldazo de agua fría en la cabeza de su marido. Una sorpresa para ella también, que lamentó que los pretextos correctos hubieran venido de la persona equivocada.

Las manos de Paula colgaron por onceava vez el auricular con frustración. Su matrimonio nunca dejó de ser bueno, era envidiable a los ojos de todo el mundo porque hacían un muy buen equipo. Construyeron una casa, formaron una familia, tenían amigos y el reconocimiento de la sociedad. Completaban cada proyecto que emprendían y eran la pareja ideal para una invitación por su indudable compatibilidad. No todo es sexo y cuerpo, pensó muchas veces Paula, y el amor “que vale” es el que supera la barrera de los dos años del deseo instintivo, como leyó en muchos de esos estúpidos tratados científicos sobre el amor.

Apartó momentáneamente de su mente tanta autocompasión y revisó otra vez su archivo de documentos personales. Pólizas, certificados, estados de cuenta, dispositivos de rastreo vehicular, todo estaba archivado y en orden. Llamó a su madre para despejar su mente y preguntar con fingida despreocupación por la receta de sus famosos hors d'oeuvre que tanto gustaban entre sus invitados. Tal vez la necesitaría luego para cuando la visitaran.
Sabía bien quien era la nueva elección de cama de su marido. Al principio, no por las evidencias, sino por su comportamiento. Paula no era una persona moralista, ni censuraba los escotes ni la ropa apretada, pero era muy sensible a los cambios de conducta de las personas. La conversación desbordante, los implantes excesivos y su falsa seguridad la hacían ver como una valla publicitaria de un producto que necesita venderse. Haciendo cuentas, los arreglos cosméticos correspondían cronológicamente a transferencias misteriosas de la cuenta bancaria de la empresa. La última vez que la vio, supuso que el siguiente paso serían sus orejas y antes de la próxima operación se decidió a actuar. Su marido, que le pareció más influenciable que de costumbre, había experimentado sutiles cambios en sus gustos. Dados a acompañarse permanentemente de música, le extrañó que de su teléfono celular se hubiera mudado el rock y la música clásica para dar lugar a los éxitos radiales de la temporada. En más de una ocasión Paula había tenido la oportunidad de saborear los gustos musicales de la nueva amante, mezcla de pop barato y de ritmos insinuantes que le provocaron una intensa sensación de empacho. A decir verdad, lamentaba la mala elección.  Peor aun tratándose de alguien cercana a su familia, relación que Paula estrechó aun más con la finalidad de evaluarla mejor, como predica Tzu Sun. La tuvo cerca en fiestas, reuniones, inclusive en la playa, donde la escuchó preguntar no sin un supuesto  desconocimiento sarcástico, al oír una pieza de Haëndel: ¿Qué es ese ruido?. Paula respondió con velada resignación mientras pensaba que nadie puede ser tan desinformado: Es música clásica, pero tranquila –le dijo - no es para todo el mundo,

Hacia la media tarde recibió a sus hijos del colegio, se sentó con ellos a comer, y como todos los días, preguntó cómo les había ido en el colegio. A Paula le dominaba la necesidad de saber, de entender, de encontrar respuestas legítimas. En los años que trabajó como analista financiera, rebuscaba cada centavo que no quisiera pertenecer al más riguroso cuadre de cuentas. Su ansiedad no se aplacaba mientras subsistiera la diferencia y  cuando todos los números coincidían finalmente, sentía un profundo alivio y la satisfacción hacía que sus sentidos alterados regresaran a su sitio.

Un “no sé” o un “no me acuerdo” le herían de maneras un tanto irracionales, se podría decir. No soportaba las evasivas y peor aún las piezas incompletas del rompecabezas que trataba de armar de cualquier manera. Más aún en esta situación en la que las fichas eran su vida misma. Pensó en la situación cientos, miles de veces. “La infidelidad no es el fin del mundo”, se había repetido una y otra vez, “La naturaleza humana no está diseñada para la monogamia y el ser fiel es una decisión racional” había escrito en su agenda. En definitiva podía soportar el sexo, pero no la cursilería de las cartas de amor, de los mensajes mandados a deshoras, de las canciones dedicadas al disimulo.

Las actividades extracurriculares son un alivio para los padres con muchas ocupaciones y en esta ocasión fueron el escape que Paula encontró para terminar de hacer. Regresó al teléfono y releyó la nota:

“Hola mi caramelo precioso, mi hombre maravillosoooooo…. ¿No es una hironía que con quien más quieras estar es con quien menos puedes pasar? Estoy tan feliz por habernos vuelto a juntar, por esa llamada, a pesar de lo difícil que es para ti. En año nuevo pasé llorando tanto y es por ti, pero como justamente dice la canción “Manda una señal”, si tuvieras libertad yo me haría pasita de viejita cuidándote, mi cosita adorada.  No importa si es como me dijistes, una hora cada 15 días, lo que tú puedas hacer y que no sea un problema más… yo ya aprendí que nuestro amor es lo más puro y hermoso de nuesras vidas y hay que aceptarlo como es. No importa si es como la última vez, sin hablar. Entonces nos vemos el siguiente miércoles, mi auténtico Titán del Ring, jeje, gracias por esa camiseta tan hermosa que la usaré para hacer ejercicio y ponerme cada vez más linda para ti y para que me veas cómo te gusta, así como en la playa.
PD. Tu sabes que mi mamá casi nos pesca, está muy sospechosa, no podemos ir a mi departamento, nos vemos mejor en donde ya sabes a las nueve de la noche, que queda por la Primera. Te espero mi bebé y te tengo un regalito para tus hijos bellooooooos…”

Paula no sabía si los errores de estilo y ortografía se debían al apuro con el que la nota fue depositada en el bolsillo de la chaqueta o si es que todos sus mensajes tendrían el mismo tono cursi. La vulgaridad se le quedó en el paladar y se convirtió en un pensamiento que no pudo superar, en el que estuvo navegando día y noche, como un disco rayado que no podía emitir otro sonido. Por lo menos si hubiera sido una historia más original que la melosidad de quienes pretenden recobrar su autoestima a través de una relación adolescente. ¿Seguiría buscando más piezas y armándolas?

En este punto de la historia, Paula sabía que la atracción de su marido por lo ordinario no era gratuita. Había mucho más que la irrelevancia en esta elección amorosa, pero ¿le seguía importando saber? Su cara dibujó una media sonrisa cuando pensó en ella. Ella sí que jamás lo sabría todo, menos aún las razones por las que nuevamente estaba envuelta con un hombre casado. Le hubiera gustado gastarse un par de palabras sobre las malas decisiones, las historias repetidas y sobre buscar lo que le hace falta en el lugar equivocado,  pero - ¿qué importaba? Su naturaleza depredadora no iba a cambiar por un discurso que aún no alcanzaría a comprender. Se rió un poco para sus adentros al pensar en la indecencia de no ser siquiera fiel a sus amantes. Se compuso cuando pensó en sus hijos; en todo caso no quería que ellos se vieran involucrados en una relación decadente.

Empalagada, sacó la factura del almacén en el que se registraba la compra de dos prendas deportivas idénticas. Una de ellas fue su regalo de cumpleaños. Detrás de la factura tenía anotado el número de teléfono y el nombre del sujeto de turno que se había enamorado perdidamente de ella y quería ser “el único y último amor en su vida”– las ventajas de haber mantenido contacto -. Un empresario wannabe que había hecho fortuna gracias al contrabando. Un sujeto de pocas pulgas que ya había invertido lo suficiente en ella y en su propio ego, como para que le interesara la información de la que Paula disponía. Urgida, hizo finalmente la doceava llamada y salió a recoger a sus hijos para revisar los deberes y servir la cena.

Esa noche Paula terminó de hacer todas sus labores más temprano que de costumbre. Los niños se acostaron antes de las nueve y ella se ocupó en reorganizar sus libros, sus cajones, sus papeles, sus memorias. Se arregló las uñas y se aplicó una mascarilla de pepinos mientras encendía el televisor y daba sorbos al vino oscuro cuya botella había respirado durante la última media hora.

De pronto, un pensamiento la levantó de un salto. Se dirigió apresuradamente al armario y abrió su ropero de par en par. Recorrió una, cuatro, siete fundas de lavandería y finalmente lo encontró. Su traje de corte italiano, dos piezas, negro, infaltable en un guardarropa elegante. “Uno nunca sabe cuando lo necesita” dijo en voz alta. Sintiendo que todo estaba ya arreglado, regresó a su cama para dormir, miércoles por la noche.


Wednesday, November 13, 2013

Las Señales del Camino


Un amante es un camino de una sola vía. No importa el nivel de sofisticación o que para los implicados sea la relación perfecta, impune, de la que nadie se va a enterar ni va a salir herido. No importa que se finja la mirada, se finja el deseo, se finja hasta la respiración durante una llamada telefónica. En el fingir está la traición más sutil.

De entre todas las traiciones, la única que puede ser perdonada es la de la novedad, la tentación de seguir jugando con algo que nos acelera el corazón a 200 por hora en una décima de segundo. Se puede entender el estímulo de quien maneja siempre por la misma carretera iluminada, conocida, por la que seguirá manejando por decisión o por convicción; pero que con el tiempo se vuelve predecible. Los transportes y transportistas también son susceptibles a la fatiga de los materiales.

En una curva del camino, ciertas luces aparecen y atraen inevitablemente al conductor aburrido. Luces de colores, anaranjadas, verdes, amarillas, luminosas y alegres que nos invitan a disfrutar de los pequeños y grandes lujos que creemos merecer;  un oasis en mitad del desierto, nuestra comida preferida a media noche, un baño de burbujas, suaves masajes en los pies y besos en los dedos.

Esas estancias pueden ser muy caras o muy baratas, inclusive gratis si se piensa en un día de prueba, pero se encarecen de manera exponencial a cada minuto. Eventualmente creemos que en cualquier momento podremos pagar los consumos y continuar con el camino trazado, y seguimos manejando un poco más hacia las luces y los colores. Nuestra travesía nos ha llevado por esta ruta y los obstáculos nos han permitido descubrir estos resplandores que siempre han estado, pero que no habíamos notado antes. Si no hay un mantenimiento preventivo, las luces no demorarán en aparecer. Es una ley del camino.

La traición inevitable es la del tiempo. El tiempo en el que se piensa, se habla, se recuerda, se ama. Esos momentos que no son desperdiciados con conversaciones rutinarias, para eso están los copilotos. Ellos entenderán de lo que estamos hablando, gracias a los cientos de horas compartidas en jornadas cansadas unas como divertidas otras. Recordaremos que en un inicio, esos viajes tenían  lo cotidiano, lo apasionado, lo familiar, lo nuevo.

Este es otro tiempo, un tiempo cronometrado, inquieto, insuficiente como valioso por las razones que obedecen a la naturaleza humana y a las leyes del mercado: porque es escaso y prohibido.

No importan las palabras, sabemos en donde terminará nuestra boca después de ellas. Por esos únicos momentos, el tiempo se detiene a la vez que parece que el reloj está siempre en nuestra contra. Es la misma media hora que nos toma un viaje corto, pero que en la penumbra del sexo, son instantes que hacen que nuestro corazón nos traicione y que nuestro cuerpo pertenezca a las palabras, a los mensajes, a las llamadas que nos hacen creer que hemos llegado a nuestro destino.

Más que las horas de cama, la expectativa amorosa es el alivio que libera al camino de su supuesta monotonía. No importa que la carga haya sido pesada y que la angustia se transforme en dolor casi físico. Ese momento no es compartido y las culpas son encargadas en la puerta del motel. Luego vendrán los remordimientos y el vehículo sufrirá algunas abolladuras, pero siempre se podrán arreglar, decimos. Luego del ritual del encuentro, las conversaciones con el amante son el bálsamo que nos permite afrontar la ruta del día siguiente y los baches que acabamos de ocasionar. El diseño humano hace que las palabras escasas y escogidas hagan el mercadeo de la relación. No hace falta recalcar en la pasión mutua ni la espesa descripción de las emociones compartidas. Tampoco se invita al futuro y al pasado por tan pocas horas. En estas conversaciones se descargan las novedades del trabajo, los asuntos del hogar y de la vida y definitivamente las dificultades con los compañeros de vehículo, que no pueden ser depositadas en ningún otro recipiente. La traición más dolorosa es la de la complicidad.

La novedad y el tiempo pueden ser superadas y hasta la complicidad puede ser recuperada, pero la traición imperdonable es la de la lealtad. La relación de amante no está diseñada para durar más que la pasión, ni convertirla a la religión domestica de la cotidianidad. Tampoco se la incluye en el círculo social, peor familiar. No se le entrega las llaves del vehículo y menos aún las del corazón. La peor infidelidad es la de no creerse amantes, la de la siesta despreocupada en fin de semana y cama ajena, la de creernos dueños y no arrendatarios.   El amante tiene su propio rito, tiempo y diseño, así el adulterio del cuerpo no es deslealtad del corazón y el placer es tan solo un recuerdo que subsiste en un suspiro inconexo de vez en cuando.


En este viaje el riesgo y el dolor estará siempre a la vuelta de la esquina y de cualquier manera  sabemos que el peaje al final será invariablemente cobrado, pero con toda seguridad no sabremos detenernos hasta que sea irremediable. Hasta que el motor se apague. Hasta que el camino se acabe. Hasta que el supuesto destino  yazca como un montón de hierros retorcidos a la vera del camino. Y asumiremos que las luces se han apagado definitivamente, a veces de manera violenta u olvidadas penosamente otras. Al final del camino, con seguridad habremos adquirido la sensibilidad suficiente para percibir otras luces cercanas o lejanas y seremos afortunados si nos hemos llevado también la sabiduría para no volver a parar, pero el camino no va a ser el mismo. Será mejor, podrán decir los optimistas, pero será siempre diferente, dirán los conductores.

Friday, November 1, 2013

Magenta Bonita

"Al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver"

El aeropuerto siempre estaba atestado en diciembre, las familias ansiosas, los novios felices, lágrimas, risas, emociones vitales y mortales.  Entre la multitud estaba Magenta, con sus gafas oscuras y sus dedos atormentando obsesivamente al celular, como si ese desenfreno hubiera podido salvarla de sí misma. Los vuelos entraban y salían del cielo nublado pero ninguno le traía todavía la pasión por la que había perdido todo.

Un año atrás, Magenta se había aburrido frente a su computador. Trabajaba en una firma legal reconocida en la ciudad y gracias a su cargo y a la posición de confianza en la empresa, había podido hacer contactos vinculados a la banca y a la industria. El éxito en el trabajo era su prioridad, largas horas en la oficina y una mente ordenada y meticulosa le aseguraban los ascensos que tenía como meta. Su vida social y afectiva se hallaba copada por Francisco, un compañero de universidad y de trabajo que compartía su ambición por las victorias y que le bastaba para llenar todos los espacios restantes. Magenta se sentía orgullosa de sus logros, sin embargo con cada uno de ellos sentía que se alejaba de su camino natural. Sus conflictos mentales se reflejaban en las discusiones largas e impacientes con su novio, que la dejaban cansada y arrepentida de haber expuesto sus sentimientos profundos.

Quiso involucrarse en una relación virtual, como las millones que se crean a diario en los chat rooms del mundo. Una desconocida hace relación con desconocidos, sin causa aparente, sin objetivo alguno. Una relación inocente si no hubiera existido en su mente la excitación de ser alguien más y la posibilidad de recibir lo mismo a cambio. Escogió un nombre sugerente, un color explosivo, Fucsia ya existía, Violeta es muy común. Magenta era el nombre para su nueva personalidad, atrevida, fuerte pero sensual. Escogió un sitio en otro continente y empezó a jugar.  No tardaron en aparecer muchos nombres, algunos con claras alusiones a su propietario que en medio de medias palabras, trataban de saber si a Magenta le gusta hacerlo de frente o de espaldas. Muchos utilizaban el chat como un escape democrático de la realidad, en donde no importaba la procedencia, la edad, la ocupación, ni siquiera el nombre. El espacio virtual le brindaba las alternativas de decir y hacer cosas que su formación y su propia conciencia no le permitían; en una relativa atmósfera de impunidad. Magenta no hacía daño a nadie. O al menos eso es lo que pensaba cada vez que prendía su computadora y se transformaba en quien nunca ha sido, pero secretamente ansiaba ser. ¨Es como tener terapia gratis,¨ se justificaba;  claro que no eran psicólogos quienes le respondían y le seducían virtual y anónimamente, pero precisamente por eso, Magenta podía desahogar sus desilusiones, sus sueños.  De esta manera, varios desconocidos pudieron saber de las pesadillas que no contaría a su pareja,  las adulaciones sobre las que se asentaba su trabajo y las fantasías, sobre todo las fantasías que no se atrevía a contarse a ella misma. Las de su persona y no de su personaje.

Muchos nombres pasaron por la lista de contactos. Algunos evidentes, otros graciosos, unos pocos agresivos. bregaladd@ no le inspiraba confianza, parecía que se trataba de un adolescente que tenía demasiado tiempo libre. También se había contactado con santix44@, al inicio una personalidad equilibrada y amable, que terminó por convertirse en un ejecutivo cansado y agobiado por las presiones de su jefe y su familia. Su angustia y comportamiento bipolar, terminaron por fastidiar a Magenta y no sin un poco de remordimiento, utilizó la indiferencia virtual: lo eliminó de su lista. privodi@, complice78@, arossiff@; actores en busca de algo o alguien que les hace falta, ansiedades, culpas, deseos, emociones que se movían en el chat sin control, como si hubieran sido parte de un experimento de conducta ratonil.

Y estaba soixan@, quien escribía perfectamente, sin faltas ortográficas ni con el idioma inventado de los cibernautas, con paréntesis, puntos y comas entreverados en las palabras cortadas a la mitad. Sus opiniones siempre eran interesantes y atraían irremediablemente a la fastidiada Magenta. La atracción era mutua, ya que Soix también prefería las palabras medidas y sensuales de su color preferido. Las conversaciones se fueron haciendo personales y así se enteró Soix que a Magenta le gustaba la música clásica pero disfrutaba de las letras apasionadas de los pasillos, que el pintor que admira es Edvard Munch y que detesta la poesía. Conocer esos detalles insignificantes era fundamental para ese guitarrista de flamenco y pintor de poca fama. Y era imprescindible para Magenta el desnudar su alma y sentirse importante, no por lo que haya conseguido en su carrera agresiva, sino por el hecho de que a alguien le interesaba conocer sus gustos más simples.

Magenta descargó en el teclado muchas de sus dificultades con su trabajo, con su noviazgo, con su familia, pero sobretodo consigo misma. A pesar de sus triunfos, los pensamientos que ella tenía de sí eran con frecuencia negativos, como si a pesar de la altura de sus saltos, nunca podría llegar al piso de la felicidad completa. Sobre la pantalla su personalidad era exquisita, interesante, artística; nunca pudo transformar a Magenta en realidad, pero estos momentos significaron para ella la puerta de otra dimensión.  Las horas en la oficina se hicieron largas y fue escaso el tiempo para terminar de enredarse en una relación de larguísima distancia. Francisco la sentía distante, diferente, rara; como si su natural agobio no provenía exclusivamente de su inconformidad laboral. Ella ya no hablaba de sus metas, de su carrera, solo de sus sentimientos, cada vez más oscuros y pesimistas. Magenta no quería perder a Francisco, era su contacto con la realidad y lo amaba, pero no quería dejar a Soix, era su conexión con la imaginación, lo que le permitía sentirse mágica. No podía tomar una decisión y no debía tomarla, hasta que recibió un correo: Soix viajaría a su ciudad para exponer sus cuadros y quería verla.

Muchas veces Magenta se imaginó esa situación, pero no pensó que su fantasía podía mezclarse con la realidad. Francisco tenía dudas y sus celos obsesivos les llevaban nuevamente a las discusiones que tanto sufría, matizadas ahora con las acusaciones y repreguntas sobre su abandono.  Hubiera podido no contestar ese mensaje y continuar su camino planificado, arreglar la relación con Francisco y seguir con su carrera, tales son las ventajas de una relación virtual; pero una llamada a su celular terminó por decidirla: “Magenta Bonita, te mando desde México un millón de besos, espero oír tu voz muy pronto también. Adiós nenita, llego a las tres”. Una voz ronca, con marcado acento la acercó al fuego y se oyó convencer a Francisco de una reunión inesperada e inoportuna que le llevaría toda la tarde. Inventó otra urgencia en su oficina y salió con las llaves en la mano.

Magenta manejó hasta el aeropuerto y se sentó a esperar. Tenía mil pensamientos y sensaciones que se sucedían sin control pero no resolvían nada. Tan solo quería verlo una vez, conversar en persona, tal vez compartir un café; pero la culpabilidad le atormentaba. Pensó en Francisco, en su relación, en su vida perfecta. Le mandó un mensaje, que no tuvo respuesta, luego fueron muchos. Francisco no podía responder, estaba frente a la computadora de su novia, a la cual accedió con el pretexto de revisar información de un cliente. Recorrió varias veces por la historia de Magenta, leyó y releyó los mensajes, cargados de ansiedad, de intimidad que nunca tuvo con él. Las palabras parecían tomar vida frente a sus ojos, se transformaban en engaños, en fango, en asco del amor. No terminó de leer y se dirigió con prisa hacia el parqueadero del elegante edificio. Quería alcanzarla antes de que llegue el avión, quería hablarle, quería impedir su traición.

En la sala atestada de gente, Magenta se sintió fuera de control y salió para buscar un cigarrillo, ubicó a un vendedor de quiosco al otro lado de la calle y cruzó con la mente en otra parte. Con la mano libre del celular buscó las monedas y ese descuido le impidió percibir la aceleración del auto que arremetía contra ella y que se encontraba en el lugar preciso, en el momento definitivo. Décimas de segundo bastaron para reconocer a Francisco y sentir el peso inmenso de su última mirada.


El avión procedente de México aterrizó con un poco de demora pero sin mayor contratiempo. El pintor español desembarcó pensando en la exposición del día siguiente, caminó con extrañeza sobre la aún lluviosa pista del aeropuerto. Pasó los filtros de migración y maldijo el desgano con que sus maletas demoraron en salir. Nadie lo esperaba, pero pensó por un momento en la posibilidad de que Magenta hubiera ido a la terminal y decidió aguardar unos minutos. De todos modos era casi imposible reconocer a alguien en esa multitud, los cientos de personas, la desorganización y las ambulancias aullando en la salida daban una imagen caótica. “Debe haber sido un accidente”, pensó Soix mientras encendía un cigarrillo. “Sudacas subdesarrollados.”

Todos los relatos son reales. Todos menos uno.