Friday, November 1, 2013

Magenta Bonita

"Al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver"

El aeropuerto siempre estaba atestado en diciembre, las familias ansiosas, los novios felices, lágrimas, risas, emociones vitales y mortales.  Entre la multitud estaba Magenta, con sus gafas oscuras y sus dedos atormentando obsesivamente al celular, como si ese desenfreno hubiera podido salvarla de sí misma. Los vuelos entraban y salían del cielo nublado pero ninguno le traía todavía la pasión por la que había perdido todo.

Un año atrás, Magenta se había aburrido frente a su computador. Trabajaba en una firma legal reconocida en la ciudad y gracias a su cargo y a la posición de confianza en la empresa, había podido hacer contactos vinculados a la banca y a la industria. El éxito en el trabajo era su prioridad, largas horas en la oficina y una mente ordenada y meticulosa le aseguraban los ascensos que tenía como meta. Su vida social y afectiva se hallaba copada por Francisco, un compañero de universidad y de trabajo que compartía su ambición por las victorias y que le bastaba para llenar todos los espacios restantes. Magenta se sentía orgullosa de sus logros, sin embargo con cada uno de ellos sentía que se alejaba de su camino natural. Sus conflictos mentales se reflejaban en las discusiones largas e impacientes con su novio, que la dejaban cansada y arrepentida de haber expuesto sus sentimientos profundos.

Quiso involucrarse en una relación virtual, como las millones que se crean a diario en los chat rooms del mundo. Una desconocida hace relación con desconocidos, sin causa aparente, sin objetivo alguno. Una relación inocente si no hubiera existido en su mente la excitación de ser alguien más y la posibilidad de recibir lo mismo a cambio. Escogió un nombre sugerente, un color explosivo, Fucsia ya existía, Violeta es muy común. Magenta era el nombre para su nueva personalidad, atrevida, fuerte pero sensual. Escogió un sitio en otro continente y empezó a jugar.  No tardaron en aparecer muchos nombres, algunos con claras alusiones a su propietario que en medio de medias palabras, trataban de saber si a Magenta le gusta hacerlo de frente o de espaldas. Muchos utilizaban el chat como un escape democrático de la realidad, en donde no importaba la procedencia, la edad, la ocupación, ni siquiera el nombre. El espacio virtual le brindaba las alternativas de decir y hacer cosas que su formación y su propia conciencia no le permitían; en una relativa atmósfera de impunidad. Magenta no hacía daño a nadie. O al menos eso es lo que pensaba cada vez que prendía su computadora y se transformaba en quien nunca ha sido, pero secretamente ansiaba ser. ¨Es como tener terapia gratis,¨ se justificaba;  claro que no eran psicólogos quienes le respondían y le seducían virtual y anónimamente, pero precisamente por eso, Magenta podía desahogar sus desilusiones, sus sueños.  De esta manera, varios desconocidos pudieron saber de las pesadillas que no contaría a su pareja,  las adulaciones sobre las que se asentaba su trabajo y las fantasías, sobre todo las fantasías que no se atrevía a contarse a ella misma. Las de su persona y no de su personaje.

Muchos nombres pasaron por la lista de contactos. Algunos evidentes, otros graciosos, unos pocos agresivos. bregaladd@ no le inspiraba confianza, parecía que se trataba de un adolescente que tenía demasiado tiempo libre. También se había contactado con santix44@, al inicio una personalidad equilibrada y amable, que terminó por convertirse en un ejecutivo cansado y agobiado por las presiones de su jefe y su familia. Su angustia y comportamiento bipolar, terminaron por fastidiar a Magenta y no sin un poco de remordimiento, utilizó la indiferencia virtual: lo eliminó de su lista. privodi@, complice78@, arossiff@; actores en busca de algo o alguien que les hace falta, ansiedades, culpas, deseos, emociones que se movían en el chat sin control, como si hubieran sido parte de un experimento de conducta ratonil.

Y estaba soixan@, quien escribía perfectamente, sin faltas ortográficas ni con el idioma inventado de los cibernautas, con paréntesis, puntos y comas entreverados en las palabras cortadas a la mitad. Sus opiniones siempre eran interesantes y atraían irremediablemente a la fastidiada Magenta. La atracción era mutua, ya que Soix también prefería las palabras medidas y sensuales de su color preferido. Las conversaciones se fueron haciendo personales y así se enteró Soix que a Magenta le gustaba la música clásica pero disfrutaba de las letras apasionadas de los pasillos, que el pintor que admira es Edvard Munch y que detesta la poesía. Conocer esos detalles insignificantes era fundamental para ese guitarrista de flamenco y pintor de poca fama. Y era imprescindible para Magenta el desnudar su alma y sentirse importante, no por lo que haya conseguido en su carrera agresiva, sino por el hecho de que a alguien le interesaba conocer sus gustos más simples.

Magenta descargó en el teclado muchas de sus dificultades con su trabajo, con su noviazgo, con su familia, pero sobretodo consigo misma. A pesar de sus triunfos, los pensamientos que ella tenía de sí eran con frecuencia negativos, como si a pesar de la altura de sus saltos, nunca podría llegar al piso de la felicidad completa. Sobre la pantalla su personalidad era exquisita, interesante, artística; nunca pudo transformar a Magenta en realidad, pero estos momentos significaron para ella la puerta de otra dimensión.  Las horas en la oficina se hicieron largas y fue escaso el tiempo para terminar de enredarse en una relación de larguísima distancia. Francisco la sentía distante, diferente, rara; como si su natural agobio no provenía exclusivamente de su inconformidad laboral. Ella ya no hablaba de sus metas, de su carrera, solo de sus sentimientos, cada vez más oscuros y pesimistas. Magenta no quería perder a Francisco, era su contacto con la realidad y lo amaba, pero no quería dejar a Soix, era su conexión con la imaginación, lo que le permitía sentirse mágica. No podía tomar una decisión y no debía tomarla, hasta que recibió un correo: Soix viajaría a su ciudad para exponer sus cuadros y quería verla.

Muchas veces Magenta se imaginó esa situación, pero no pensó que su fantasía podía mezclarse con la realidad. Francisco tenía dudas y sus celos obsesivos les llevaban nuevamente a las discusiones que tanto sufría, matizadas ahora con las acusaciones y repreguntas sobre su abandono.  Hubiera podido no contestar ese mensaje y continuar su camino planificado, arreglar la relación con Francisco y seguir con su carrera, tales son las ventajas de una relación virtual; pero una llamada a su celular terminó por decidirla: “Magenta Bonita, te mando desde México un millón de besos, espero oír tu voz muy pronto también. Adiós nenita, llego a las tres”. Una voz ronca, con marcado acento la acercó al fuego y se oyó convencer a Francisco de una reunión inesperada e inoportuna que le llevaría toda la tarde. Inventó otra urgencia en su oficina y salió con las llaves en la mano.

Magenta manejó hasta el aeropuerto y se sentó a esperar. Tenía mil pensamientos y sensaciones que se sucedían sin control pero no resolvían nada. Tan solo quería verlo una vez, conversar en persona, tal vez compartir un café; pero la culpabilidad le atormentaba. Pensó en Francisco, en su relación, en su vida perfecta. Le mandó un mensaje, que no tuvo respuesta, luego fueron muchos. Francisco no podía responder, estaba frente a la computadora de su novia, a la cual accedió con el pretexto de revisar información de un cliente. Recorrió varias veces por la historia de Magenta, leyó y releyó los mensajes, cargados de ansiedad, de intimidad que nunca tuvo con él. Las palabras parecían tomar vida frente a sus ojos, se transformaban en engaños, en fango, en asco del amor. No terminó de leer y se dirigió con prisa hacia el parqueadero del elegante edificio. Quería alcanzarla antes de que llegue el avión, quería hablarle, quería impedir su traición.

En la sala atestada de gente, Magenta se sintió fuera de control y salió para buscar un cigarrillo, ubicó a un vendedor de quiosco al otro lado de la calle y cruzó con la mente en otra parte. Con la mano libre del celular buscó las monedas y ese descuido le impidió percibir la aceleración del auto que arremetía contra ella y que se encontraba en el lugar preciso, en el momento definitivo. Décimas de segundo bastaron para reconocer a Francisco y sentir el peso inmenso de su última mirada.


El avión procedente de México aterrizó con un poco de demora pero sin mayor contratiempo. El pintor español desembarcó pensando en la exposición del día siguiente, caminó con extrañeza sobre la aún lluviosa pista del aeropuerto. Pasó los filtros de migración y maldijo el desgano con que sus maletas demoraron en salir. Nadie lo esperaba, pero pensó por un momento en la posibilidad de que Magenta hubiera ido a la terminal y decidió aguardar unos minutos. De todos modos era casi imposible reconocer a alguien en esa multitud, los cientos de personas, la desorganización y las ambulancias aullando en la salida daban una imagen caótica. “Debe haber sido un accidente”, pensó Soix mientras encendía un cigarrillo. “Sudacas subdesarrollados.”

Todos los relatos son reales. Todos menos uno. 

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