"Al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver"
El
aeropuerto siempre estaba atestado en diciembre, las familias ansiosas, los
novios felices, lágrimas, risas, emociones vitales y mortales. Entre la multitud estaba Magenta, con sus
gafas oscuras y sus dedos atormentando obsesivamente al celular, como si ese
desenfreno hubiera podido salvarla de sí misma. Los vuelos entraban y salían
del cielo nublado pero ninguno le traía todavía la pasión por la que había
perdido todo.
Un
año atrás, Magenta se había aburrido frente a su computador. Trabajaba en una
firma legal reconocida en la ciudad y gracias a su cargo y a la posición de
confianza en la empresa, había podido hacer contactos vinculados a la banca y a
la industria. El éxito en el trabajo era su prioridad, largas horas en la
oficina y una mente ordenada y meticulosa le aseguraban los ascensos que tenía
como meta. Su vida social y afectiva se hallaba copada por Francisco, un
compañero de universidad y de trabajo que compartía su ambición por las
victorias y que le bastaba para llenar todos los espacios restantes. Magenta se
sentía orgullosa de sus logros, sin embargo con cada uno de ellos sentía que se
alejaba de su camino natural. Sus conflictos mentales se reflejaban en las
discusiones largas e impacientes con su novio, que la dejaban cansada y
arrepentida de haber expuesto sus sentimientos profundos.
Quiso
involucrarse en una relación virtual, como las millones que se crean a diario
en los chat rooms del mundo. Una desconocida hace relación con desconocidos,
sin causa aparente, sin objetivo alguno. Una relación inocente si no hubiera
existido en su mente la excitación de ser alguien más y la posibilidad de
recibir lo mismo a cambio. Escogió un nombre sugerente, un color explosivo,
Fucsia ya existía, Violeta es muy común. Magenta era el nombre para su nueva personalidad,
atrevida, fuerte pero sensual. Escogió un sitio en otro continente y empezó a
jugar. No tardaron en aparecer muchos
nombres, algunos con claras alusiones a su propietario que en medio de medias
palabras, trataban de saber si a Magenta le gusta hacerlo de frente o de
espaldas. Muchos utilizaban el chat
como un escape democrático de la realidad, en donde no importaba la
procedencia, la edad, la ocupación, ni siquiera el nombre. El espacio virtual
le brindaba las alternativas de decir y hacer cosas que su formación y su
propia conciencia no le permitían; en una relativa atmósfera de impunidad.
Magenta no hacía daño a nadie. O al menos eso es lo que pensaba cada vez que
prendía su computadora y se transformaba en quien nunca ha sido, pero secretamente
ansiaba ser. ¨Es como tener terapia gratis,¨ se justificaba; claro que no eran psicólogos quienes le
respondían y le seducían virtual y anónimamente, pero precisamente por eso,
Magenta podía desahogar sus desilusiones, sus sueños. De esta manera, varios desconocidos pudieron
saber de las pesadillas que no contaría a su pareja, las adulaciones sobre las que se asentaba su
trabajo y las fantasías, sobre todo las fantasías que no se atrevía a contarse
a ella misma. Las de su persona y no de su personaje.
Muchos
nombres pasaron por la lista de contactos. Algunos evidentes, otros graciosos,
unos pocos agresivos. bregaladd@ no
le inspiraba confianza, parecía que se trataba de un adolescente que tenía
demasiado tiempo libre. También se había contactado con santix44@, al inicio
una personalidad equilibrada y amable, que terminó por convertirse en un
ejecutivo cansado y agobiado por las presiones de su jefe y su familia. Su
angustia y comportamiento bipolar, terminaron por fastidiar a Magenta y no sin
un poco de remordimiento, utilizó la indiferencia virtual: lo eliminó de su
lista. privodi@, complice78@, arossiff@;
actores en busca de algo o alguien que les hace falta, ansiedades, culpas,
deseos, emociones que se movían en el chat
sin control, como si hubieran sido parte de un experimento de conducta ratonil.
Y
estaba soixan@, quien escribía
perfectamente, sin faltas ortográficas ni con el idioma inventado de los
cibernautas, con paréntesis, puntos y comas entreverados en las palabras
cortadas a la mitad. Sus opiniones siempre eran interesantes y atraían
irremediablemente a la fastidiada Magenta. La atracción era mutua, ya que Soix
también prefería las palabras medidas y sensuales de su color preferido. Las
conversaciones se fueron haciendo personales y así se enteró Soix que a Magenta
le gustaba la música clásica pero disfrutaba de las letras apasionadas de los
pasillos, que el pintor que admira es Edvard Munch y que detesta la poesía.
Conocer esos detalles insignificantes era fundamental para ese guitarrista de
flamenco y pintor de poca fama. Y era imprescindible para Magenta el desnudar
su alma y sentirse importante, no por lo que haya conseguido en su carrera
agresiva, sino por el hecho de que a alguien le interesaba conocer sus gustos
más simples.
Magenta
descargó en el teclado muchas de sus dificultades con su trabajo, con su
noviazgo, con su familia, pero sobretodo consigo misma. A pesar de sus
triunfos, los pensamientos que ella tenía de sí eran con frecuencia negativos,
como si a pesar de la altura de sus saltos, nunca podría llegar al piso de la
felicidad completa. Sobre la pantalla su personalidad era exquisita,
interesante, artística; nunca pudo transformar a Magenta en realidad, pero
estos momentos significaron para ella la puerta de otra dimensión. Las horas en la oficina se hicieron largas y
fue escaso el tiempo para terminar de enredarse en una relación de larguísima
distancia. Francisco la sentía distante, diferente, rara; como si su natural
agobio no provenía exclusivamente de su inconformidad laboral. Ella ya no
hablaba de sus metas, de su carrera, solo de sus sentimientos, cada vez más
oscuros y pesimistas. Magenta no quería perder a Francisco, era su contacto con
la realidad y lo amaba, pero no quería dejar a Soix, era su conexión con la
imaginación, lo que le permitía sentirse mágica. No podía tomar una decisión y
no debía tomarla, hasta que recibió un correo: Soix viajaría a su ciudad para
exponer sus cuadros y quería verla.
Muchas
veces Magenta se imaginó esa situación, pero no pensó que su fantasía podía
mezclarse con la realidad. Francisco tenía dudas y sus celos obsesivos les
llevaban nuevamente a las discusiones que tanto sufría, matizadas ahora con las
acusaciones y repreguntas sobre su abandono.
Hubiera podido no contestar ese mensaje y continuar su camino
planificado, arreglar la relación con Francisco y seguir con su carrera, tales
son las ventajas de una relación virtual; pero una llamada a su celular terminó
por decidirla: “Magenta Bonita, te mando desde México un millón de besos,
espero oír tu voz muy pronto también. Adiós nenita, llego a las tres”. Una voz
ronca, con marcado acento la acercó al fuego y se oyó convencer a Francisco de
una reunión inesperada e inoportuna que le llevaría toda la tarde. Inventó otra
urgencia en su oficina y salió con las llaves en la mano.
Magenta
manejó hasta el aeropuerto y se sentó a esperar. Tenía mil pensamientos y
sensaciones que se sucedían sin control pero no resolvían nada. Tan solo quería
verlo una vez, conversar en persona, tal vez compartir un café; pero la
culpabilidad le atormentaba. Pensó en Francisco, en su relación, en su vida
perfecta. Le mandó un mensaje, que no tuvo respuesta, luego fueron muchos.
Francisco no podía responder, estaba frente a la computadora de su novia, a la
cual accedió con el pretexto de revisar información de un cliente. Recorrió
varias veces por la historia de Magenta, leyó y releyó los mensajes, cargados
de ansiedad, de intimidad que nunca tuvo con él. Las palabras parecían tomar vida
frente a sus ojos, se transformaban en engaños, en fango, en asco del amor. No
terminó de leer y se dirigió con prisa hacia el parqueadero del elegante
edificio. Quería alcanzarla antes de que llegue el avión, quería hablarle,
quería impedir su traición.
En
la sala atestada de gente, Magenta se sintió fuera de control y salió para
buscar un cigarrillo, ubicó a un vendedor de quiosco al otro lado de la calle y
cruzó con la mente en otra parte. Con la mano libre del celular buscó las
monedas y ese descuido le impidió percibir la aceleración del auto que
arremetía contra ella y que se encontraba en el lugar preciso, en el momento
definitivo. Décimas de segundo bastaron para reconocer a Francisco y sentir el
peso inmenso de su última mirada.
El
avión procedente de México aterrizó con un poco de demora pero sin mayor
contratiempo. El pintor español desembarcó pensando en la exposición del día
siguiente, caminó con extrañeza sobre la aún lluviosa pista del aeropuerto.
Pasó los filtros de migración y maldijo el desgano con que sus maletas
demoraron en salir. Nadie lo esperaba, pero pensó por un momento en la
posibilidad de que Magenta hubiera ido a la terminal y decidió aguardar unos
minutos. De todos modos era casi imposible reconocer a alguien en esa multitud,
los cientos de personas, la desorganización y las ambulancias aullando en la
salida daban una imagen caótica. “Debe haber sido un accidente”, pensó Soix
mientras encendía un cigarrillo. “Sudacas subdesarrollados.”
Todos los relatos son reales. Todos menos uno.
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